Es curioso como un olor, imagen o sonido nos transporta años atrás. Hace dos días fue el título de la última novela del escritor molinense Paco López Mengual, “Maldito Chino”, el que me hizo embarcar al pasado.
En el año 2000 tuve la oportunidad de realizar un modulo de relaciones interculturales en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Trieste (Italia), un curso que nos preparaba para un nuevo milenio globalizado. Las personas que conformábamos el grupo éramos de diferentes nacionalidades pero fue una la que, después de un incidente internacional, llamó al timbre de mi curiosidad. Recuerdo ese incidente como si fuera ayer. Fue el primer día, nos organizaron en grupos de dos, el ejercicio consistía en dar una visión del país de nuestro compañero a través del estereotipo que teníamos. El miedo a que me tocara un país desconocido y metiera la pata como una miss me hizo agudizar más si cabe mis nervios, y me tocó. Yo quería a la exuberante alemana Hildermarie, pero caí en los brazos de Ganzorig (en mongol Coraje de Acero).
– ¡Alessandro venga va, tu imagen sobre Mongolia!
Estatua de Gengis Kan, fundador del Imperio Mongol. Estatua ecuestre más grande del mundo.
No sabía que decir, si había un país que desconocía sobre todos aquellos que estaban representados en la sala ese era. No, no me pudo tocar México, Grecia, India, Dinamarca, Irán… me tocó MONGOLIA.
– Bueno, puesss Mongolia, si hombre el Gobi, los caballos… y China si, la china es su cultura hemmm…
Dije China… y Ganzorig o Coraje de Acero se redujo a estaño. Sus labios comenzaron a titubear queriendo decir algo que no quería o que su pronto estado de shock le impedía, se dejo caer en la silla dándose golpes en la cabeza y cuando parecía que le iba a dar un ataque epiléptico soltó ¡¡¡MALDITO CHINO!!! Lo que sucedió el resto de la jornada lectiva ya no lo recuerdo.
Pasaron dos días. En mis sueños no paraban de pasar caballos montados por fieros guerreros que alzando sus espadas me cortaban la cabeza una y otra vez, condenado a una eternidad por haber ofendido al imperio más grande que la historia ha conocido. Tenía que reconciliarme con el descanso, debía de reparar el orgullo dañado por mi ignorancia. A la mañana siguiente hallé la solución encima de la mesa que dominaba el centro de mi habitación. Era una caja de cartón que días antes había llegado desde España, y la absolución a mis pecados se encontraba dentro. Unos sobres loncheados de jamón y embutidos, dos botellas de vino tinto, berberechos y mejillones en conserva serían mi ofrenda al descendiente de Gengis Kan, solo tenía que invitarle a una cena, a cambio de que me enseñara su cultura y corregir mi torpe ignorancia hacia su país.
Ganzorig, al principio desconfiado, aceptó la invitación con alegría cuando le hice saber mis intenciones de mongolizarme.
Llegado el día preparé la mesa de mi estancia con los mejores abalorios que me podía permitir mi economía de estudiante. Compré tela de arpillera con la que elaboré un rústico mantel, pan Schiacciata (pan blanco plano de la Toscana aderezado con sal, especias y aceite de oliva) y un pastel de panna cotta con mermelada de fresa para el postre. Cuando sonó el timbre la mesa ya estaba preparada con los embutidos alineados de forma marcial, una tortilla de patatas (que en aquellos tiempos era, además de mi especialidad, mi recurso favorito para las citas gastronómicas), el jamón loncheado cubriendo plenamente una gran fuente de barro rectangular, los berberechos de las rías gallegas y los mejillones en pequeños cuencos de cristal, ventresca de atún con anchoas del cantábrico y queso fresco, el pan toscano, una botella de 50 cl. de aceite de oliva virgen y una botella de vino tinto con denominación de origen Jumilla. Ya estaba todo, mi afán por agradar a mi nuevo amigo me había llevado a preparar comida para un regimiento.
Al abrir la puerta enlazamos por primera vez nuestras manos, y seguido del saludo le ofrecí una copa de vino. Fue en ese momento cuando supe que Ganzorig ya no me vería jamás como al infame que por poco le produjo un paro cardíaco. Sus prominentes mofletes se encendieron como antorchas dibujando una sonrisa de agrado que ya nunca me retiró en nuestros próximos encuentros. Disfrutamos con la comida, la bebida y el postre dejando para otra jornada su animadversión hacía la política expansionista China y sus efectos para la población de Mongolia. Hablamos de la música, el arte y las letras de su país, de sus costumbres nómadas, de la estepa y la importancia del caballo en su civilización. Y entre tema y tema una breve pausa en la que Ganzorig alababa todos aquellos manjares de la mesa, y entre coma y coma la misma frase “que bueno está este vino, tu tierra ha de ser muy hermosa también, debes echarla mucho de menos”.
Bodegas y Viñedos Casa de la Ermita en Jumilla
NOTAS ADICIONALES
La primera vez que pregunté a Ganzorig su apellido me dijo que a él y su pueblo no les hacían falta tales controles y, enseñándome un tatuaje, argumentó que todos sabían cual era su clan, y en su tribu no había nadie que se llamara como él, y él como ninguno. Hasta el año 1992 no se hizo por ley la necesidad de tener un apellido en Mongolia. Coraje de Acero era un prestigioso investigador de las tradiciones culturales en su país y un músico excepcional del violín de 2 cuerdas, pero sobre todo un superviviente. La minería China se instaló en las tierras donde su etnia había sobrevivido miles de años del pastoreo y el nomadismo, así que la nueva situación había empujado a sus hermanos a dejar su modo de vida tradicional. Unos se fueron a la gran urbe de Ulán Bator, donde no había oficio para pastores. Otros se quedaron en torno a las minas donde la contaminación aniquiló sus rebaños, así que se vieron obligados a trabajar el carbón, oro y uranio en forma de esclavitud legalizada, el mineral que antes pisaban ahora les aplastaba. Ganzorig tuvo la suerte de que lo seleccionaran en Ulán Bator para desarrollar un programa cultural de ámbito internacional para la preservación de la cultura autóctona de Mongolia, y fue en Trieste (Italia) donde pude conocerlo. Salud Ganzorig, allí donde estés.